He de reconocer que, por unas u otras cosas (apreciaciones personales y relaciones amor-odio hacia la marca totalmente subjetivas también cuentan) Rolex nunca ha sido «my cup of tea», pero no podemos negarle el nombre que se ha ganado a pulso y que no para de aumentar gracias a modelos como éste, el nuevo Rolex Submariner con bisel cerámico.
Presentado en la última feria de Basilea como novedad estrella de la marca, (si bien era un secreto a voces su aparición) viene a renovar el modelo superventas de la firma, actualizando de forma discreta a la par que acertada lo que muchos denominarían «el reloj» o «el diver» (esto último ya depende de qué boca lo emita, la mía desde luego que no). Para ello se ha optado por cambiar el antiguo bisel de aluminio por uno cerámico de Cerachrom, como marcan los tiempos y las tendencias que corren, y como ya se hiciera unos años atrás con el otro diseño característico de la marca, el GMT. El resultado: una mejora en la resistencia de la pieza (el bisel resiste mejor los posibles rayones) y por supuesto, en la estética del conjunto.
Para su lanzamiento al mercado se han propuesto dos posibilidades en la elección del color: podemos optar por el clásico Submariner negro, con bisel cerámico unidireccional a la par, o por el Submariner Verde, (que viene a sustituir al antiguo LV, aquella famosa «ranita» de bisel verde y dial negro) con su correspondiente bisel cerámico verde y con un dial verde, que a falta de verlo en vivo, me parece un auténtico espectáculo, todo un acierto por parte de Rolex en sus pretensiones de renovar la gama sin perder su ya definida personalidad.
De resto, pues a lo que nos tiene acostumbrados la marca más «famosa» del mundillo relojeril a ojos de cualquier hijo de vecino: un tamaño de caja de 40 milímetros atemporal y muy ponible, un calibre propio (el 3135, concretamente) con certificación cronométrica COSC, un contraste de aceros 904L (acero de máxima calidad) pulidos y mates en todo el conjunto, cristal de zafiro antirreflejos con lupa de aumento de 2,5 Cyclops para una lectura óptima de la fecha incluida, hermético hasta los 300 metros… y algo importantísimo, la garantía de contar con uno de los mejores y más asequibles servicios técnicos oficiales , si no el mejor, del sector del lujo. (todo aquel que haya sufrido en sus carnes un SAT común sabrá lo importante de este factor).
Y chicos, poquito más. Ya véis, con el cambio de una pieza, nuevo superventas para otros diez años. Claro que, cuando se trata de mejorar lo inmejorable, son pequeñas las teclas que se han de tocar, y con máxima precisión, pues es cuestión de milímetros (y nunca mejor dicho) lo que separa la bella serenata que ha compuesto Rolex y que tenemos entre manos, de la vulgar ranchera en la que se podría haber tornado. Pero si de algo ha hecho gala la firma suiza a lo largo de sus ciento cincuenta años de vida es de saber mejorar lo que ya de por sí todos creían inmejorable, dejando cada vez mejor sabor de boca en cada incursión que en la inmediatamente anterior.
Quizá esa sea la principal razón de que provoque tantos sentimientos contrapuestos e inexplicables, ese extraño concepto que engloba en un sólo conjunto el buen hacer suizo con el lujo para desentendidos, el cuidado extremo de los detalles con la sensación de estar viendo lo mismo durante décadas, el amor incondicional y profeso por parte de cualquier amante de la relojería con el odio de un servidor que, sin saber explicar aún el porqué de este sentimiento, en ocasiones como ésta solo puede exclamar…¡Gracias, Rolex!.